miércoles, 4 de noviembre de 2009

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO - CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MATER DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II





1. Llena de gracia

7. « Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo » (Ef 1, 3). Estas palabras de la Carta a los Efesios revelan el eterno designio de Dios Padre, su plan de salvación del hombre en Cristo. Es un plan universal, que comprende a todos los hombres creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Todos, así como están incluidos « al comienzo » en la obra creadora de Dios, también están incluidos eternamente en el plan divino de la salvación, que se debe revelar completamente, en la « plenitud de los tiempos », con la venida de Cristo. En efecto, Dios, que es « Padre de nuestro Señor Jesucristo, -son las palabras sucesivas de la misma Carta- « nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus « hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia » (Ef 1, 4-7).

El plan divino de la salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es eterno. Está también -según la enseñanza contenida en aquella Carta y en otras Cartas paulinas- eternamente unido a Cristo. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la « mujer » que es la Madre de aquel, al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación. (19) Como escribe el Concilio Vaticano II, « ella misma es insinuada proféticamente en la promesa dada a nuestros primeros padres caídos en pecado », según el libro del Génesis (cf. 3, 15). « Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel », según las palabras de Isaías (cf. 7, 14). (20) De este modo el Antiguo Testamento prepara aquella « plenitud de los tiempos », en que Dios « envió a su Hijo, nacido de mujer, ... para que recibiéramos la filiación adoptiva ». La venida del Hijo de Dios al mundo es el acontecimiento narrado en los primeros capítulos de los Evangelios según Lucas y Mateo.

8. María es introducida definitivamente en el misterio de Cristo a través de este acontecimiento: la anunciación del ángel. Acontece en Nazaret, en circunstancias concretas de la historia de Israel, el primer pueblo destinatario de las promesas de Dios. El mensajero divino dice a la Virgen: « Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo » (Lc 1, 28). María « se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo » (Lc 1, 29). Qué significarían aquellas extraordinarias palabras y, en concreto, la expresión « llena de gracia » (Kejaritoméne). (21)

Si queremos meditar junto a María sobre estas palabras y, especialmente sobre la expresión « llena de gracia », podemos encontrar una verificación significativa precisamente en el pasaje anteriormente citado de la Carta a los Efesios. Si, después del anuncio del mensajero celestial, la Virgen de Nazaret es llamada también « bendita entre las mujeres » (cf. Lc 1, 42), esto se explica por aquella bendición de la que « Dios Padre » nos ha colmado « en los cielos, en Cristo ». Es una bendición espiritual, que se refiere a todos los hombres, y lleva consigo la plenitud y la universalidad (« toda bendición »), que brota del amor que, en el Espíritu Santo, une al Padre el Hijo consubstancial. Al mismo tiempo, es una bendición derramada por obra de Jesucristo en la historia del hombre desde el comienzo hasta el final: a todos los hombres. Sin embargo, esta bendición se refiere a María de modo especial y excepcional; en efecto, fue saludada por Isabel como « bendita entre las mujeres ».

La razón de este doble saludo es, pues, que en el alma de esta « hija de Sión » se ha manifestado, en cierto sentido, toda la « gloria de su gracia », aquella con la que el Padre « nos agració en el Amado ». El mensajero saluda, en efecto, a María como « llena de gracia »; la llama así, como si éste fuera su verdadero nombre. No llama a su interlocutora con el nombre que le es propio en el registro civil: « Miryam » (María), sino con este nombre nuevo: « llena de gracia ». ¿Qué significa este nombre? ¿Porqué el arcángel llama así a la Virgen de Nazaret?

En el lenguaje de la Biblia « gracia » significa un don especial que, según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la vida trinitaria de Dios mismo, de Dios que es amor (cf. 1 Jn 4, 8). Fruto de este amor es la elección, de la que habla la Carta a los Efesios. Por parte de Dios esta elección es la eterna voluntad de salvar al hombre a través de la participación de su misma vida en Cristo (cf. 2 P 1, 4): es la salvación en la participación de la vida sobrenatural. El efecto de este don eterno, de esta gracia de la elección del hombre, es como un germen de santidad, o como una fuente que brota en el alma como don de Dios mismo, que mediante la gracia vivifica y santifica a los elegidos. De este modo tiene lugar, es decir, se hace realidad aquella bendición del hombre « con toda clase de bendiciones espirituales », aquel « ser sus hijos adoptivos ... en Cristo » o sea en aquel que es eternamente el « Amado » del Padre.

Cuando leemos que el mensajero dice a María « llena de gracia », el contexto evangélico, en el que confluyen revelaciones y promesas antiguas, nos da a entender que se trata de una bendición singular entre todas las « bendiciones espirituales en Cristo ». En el misterio de Cristo María está presente ya « antes de la creación del mundo » como aquella que el Padre « ha elegido » como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad. María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este « Amado » eternamente, en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda « la gloria de la gracia ». A la vez, ella está y sigue abierta perfectamente a este « don de lo alto » (cf. St 1, 17). Como enseña el Concilio, María « sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación ». (22)

9. Si el saludo y el nombre « llena de gracia » significan todo esto, en el contexto del anuncio del ángel se refieren ante todo a la elección de María como Madre del Hijo de Dios. Pero, al mismo tiempo, la plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo. Si esta elección es fundamental para el cumplimiento de los designios salvíficos de Dios respecto a la humanidad, si la elección eterna en Cristo y la destinación a la dignidad de hijos adoptivos se refieren a todos los hombres, la elección de María es del todo excepcional y única. De aquí, la singularidad y unicidad de su lugar en el misterio de Cristo.

El mensajero divino le dice: « No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo » (Lc 1, 30-32). Y cuando la Virgen, turbada por aquel saludo extraordinario, pregunta: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? », recibe del ángel la confirmación y la explicación de las palabras precedentes. Gabriel le dice: « El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios » (Lc 1, 35).

Por consiguiente, la Anunciación es la revelación del misterio de la Encarnación al comienzo mismo de su cumplimiento en la tierra. El donarse salvífico que Dios hace de sí mismo y de su vida en cierto modo a toda la creación, y directamente al hombre, alcanza en el misterio de la Encarnación uno de sus vértices. En efecto, este es un vértice entre todas las donaciones de gracia en la historia del hombre y del cosmos. María es « llena de gracia », porque la Encarnación del Verbo, la unión hipostática del Hijo de Dios con la naturaleza humana, se realiza y cumple precisamente en ella. Como afirma el Concilio, María es « Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas ». (23)

10. La Carta a los Efesios, al hablar de la « historia de la gracia » que « Dios Padre ... nos agració en el Amado », añade: « En él tenemos por medio de su sangre la redención » (Ef 1, 7). Según la doctrina, formulada en documentos solemnes de la Iglesia, esta « gloria de la gracia » se ha manifestado en la Madre de Dios por el hecho de que ha sido redimida « de un modo eminente ». (24) En virtud de la riqueza de la gracia del Amado, en razón de los méritos redentores del que sería su Hijo, María ha sido preservada de la herencia del pecado original. (25) De esta manera, desde el primer instante de su concepción, es decir de su existencia, es de Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante y de aquel amor que tiene su inicio en el « Amado », el Hijo del eterno Padre, que mediante la Encarnación se ha convertido en su propio Hijo. Por eso, por obra del Espíritu Santo, en el orden de la gracia, o sea de la participación en la naturaleza divina, María recibe la vida de aquel al que ella misma dio la vida como madre, en el orden de la generación terrena. La liturgia no duda en llamarla « madre de su Progenitor » (26) y en saludarla con las palabras que Dante Alighieri pone en boca de San Bernardo: « hija de tu Hijo ». (27) Y dado que esta « nueva vida » María la recibe con una plenitud que corresponde al amor del Hijo a la Madre y, por consiguiente, a la dignidad de la maternidad divina, en la anunciación el ángel la llama « llena de gracia ».

11. En el designio salvífico de la Santísima Trinidad el misterio de la Encarnación constituye el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres, después del pecado original, después de aquel primer pecado cuyos efectos pesan sobre toda la historia del hombre en la tierra (cf. Gn 3, 15). Viene al mundo un Hijo, el « linaje de la mujer » que derrotará el mal del pecado en su misma raíz: « aplastará la cabeza de la serpiente ». Como resulta de las palabras del protoevangelio, la victoria del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura lucha, que penetrará toda la historia humana. « La enemistad », anunciada al comienzo, es confirmada en el Apocalipsis, libro de las realidades últimas de la Iglesia y del mundo, donde vuelve de nuevo la señal de la « mujer », esta vez « vestida del sol » (Ap 12, 1).

María, Madre del Verbo encarnado, está situada en el centro mismo de aquella « enemistad », de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. En este lugar ella, que pertenece a los « humildes y pobres del Señor », lleva en sí, como ningún otro entre los seres humanos, aquella « gloria de la gracia » que el Padre « nos agració en el Amado », y esta gracia determina la extraordinaria grandeza y belleza de todo su ser. María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios, de la que habla la Carta paulina: « Nos ha elegido en él (Cristo) antes de la fundación del mundo, ... eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos » (Ef 1, 4.5). Esta elección es más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda aquella « enemistad » con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura.
2. Feliz la que ha creído

12. Poco después de la narración de la anunciación, el evangelista Lucas nos guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia « una ciudad de Judá » (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta ciudad debería ser la actual Ain-Karim, situada entre las montañas, no distante de Jerusalén. María llegó allí « con prontitud » para visitar a Isabel su pariente. El motivo de la visita se halla también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: « Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible a Dios » (Lc 1, 36-37). El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la pregunta de María: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? » (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el « poder del Altísimo », como y más aún que en el caso de Isabel.

Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, « llena de Espíritu Santo », a su vez saluda a María en alta voz: « Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno » (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: « ¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? » (Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: « saltó de gozo el niño en su seno » (Lc 1, 44). El niño es el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.

En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: « ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! » (Lc 1, 45). (28) Estas palabras se pueden poner junto al apelativo « llena de gracia » del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque « ha creído ». La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.

13. « Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe » (Rm 16, 26; cf. Rm 1, 5; 2 Cor 10, 5-6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, como enseña el Concilio. (29) Esta descripción de la fe encontró una realización perfecta en María. El momento « decisivo » fue la anunciación, y las mismas palabras de Isabel « Feliz la que ha creído » se refieren en primer lugar a este instante. (30)

En efecto, en la Anunciación María se ha abandonado en Dios completamente, manifestando « la obediencia de la fe » a aquel que le hablaba a través de su mensajero y prestando « el homenaje del entendimiento y de la voluntad ». (31) Ha respondido, por tanto, con todo su « yo » humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con « la gracia de Dios que previene y socorre » y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo, que, « perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones ». (32)

La palabra del Dios viviente, anunciada a María por el ángel, se refería a ella misma « vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo » (Lc 1, 31). Acogiendo este anuncio, María se convertiría en la « Madre del Señor » y en ella se realizaría el misterio divino de la Encarnación: « El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada ». (33) Y María da este consentimiento, después de haber escuchado todas las palabras del mensajero. Dice: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38). Este fiat de María -« hágase en mí »- ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una plena consonancia con las palabras del Hijo que, según la Carta a los Hebreos, al venir al mundo dice al Padre: « Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo ... He aquí que vengo ... a hacer, oh Dios, tu voluntad » (Hb 10, 5-7). El misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha pronunciado su fiat: « hágase en mí según tu palabra », haciendo posible, en cuanto concernía a ella según el designio divino, el cumplimiento del deseo de su Hijo. María ha pronunciado este fiat por medio de la fe. Por medio de la fe se confió a Dios sin reservas y « se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo ». (34) Y este Hijo -como enseñan los Padres- lo ha concebido en la mente antes que en el seno: precisamente por medio de la fe. (35) Justamente, por ello, Isabel alaba a María: « ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas por parte del Señor! ». Estas palabras ya se han realizado. María de Nazaret se presenta en el umbral de la casa de Isabel y Zacarías como Madre del Hijo de Dios. Es el descubrimiento gozoso de Isabel: « ¿de donde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? ».

14. Por lo tanto, la fe de María puede parangonarse también a la de Abraham, llamado por el Apóstol « nuestro padre en la fe » (cf. Rm 4, 12). En la economía salvífica de la revelación divina la fe de Abraham constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la anunciación da comienzo a la Nueva Alianza. Como Abraham « esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones » (cf. Rm 4, 18), así María, en el instante de la anunciación, después de haber manifestado su condición de virgen (« ¿cómo será esto, puesto que no conozco varón? »), creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu Santo, se convertiría en la Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel: « el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios » (Lc 1, 35).

Sin embargo las palabras de Isabel « Feliz la que ha creído » no se aplican únicamente a aquel momento concreto de la anunciación. Ciertamente la anunciación representa el momento culminante de la fe de María a la espera de Cristo, pero es además el punto de partida, de donde inicia todo su « camino hacia Dios », todo su camino de fe. Y sobre esta vía, de modo eminente y realmente heroico -es mas, con un heroísmo de fe cada vez mayor- se efectuará la « obediencia » profesada por ella a la palabra de la divina revelación. Y esta « obediencia de la fe » por parte de María a lo largo de todo su camino tendrá analogías sorprendentes con la fe de Abraham. Como el patriarca del Pueblo de Dios, así también María, a través del camino de su fiat filial y maternal, « esperando contra esperanza, creyó ». De modo especial a lo largo de algunas etapas de este camino la bendición concedida a « la que ha creído » se revelará con particular evidencia. Creer quiere decir « abandonarse » en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente « ¡cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! » (Rm 11, 33). María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos « inescrutables caminos » y de los « insondables designios » de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino.

15. María, cuando en la anunciación siente hablar del Hijo del que será madre y al que « pondrá por nombre Jesús » (Salvador), llega a conocer también que a el mismo « el Señor Dios le dará el trono de David, su padre » y que « reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin » (Lc 1, 32-33) En esta dirección se encaminaba la esperanza de todo el pueblo de Israel. El Mesías prometido debe ser « grande », e incluso el mensajero celestial anuncia que « será grande », grande tanto por el nombre de Hijo del Altísimo como por asumir la herencia de David. Por lo tanto, debe ser rey, debe reinar « en la casa de Jacob ». María ha crecido en medio de esta expectativa de su pueblo, podía intuir, en el momento de la anunciación ¿qué significado preciso tenían las palabras del ángel? ¿Cómo conviene entender aquel « reino » que no « tendrá fin »?

Aunque por medio de la fe se haya sentido en aquel instante Madre del « Mesías-rey », sin embargo responde: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38 ). Desde el primer momento, María profesa sobre todo « la obediencia de la fe », abandonándose al significado que, a las palabras de la anunciación, daba aquel del cual provenían: Dios mismo.

16. Siempre a través de este camino de la « obediencia de la fe » María oye algo más tarde otras palabras; las pronunciadas por Simeón en el templo de Jerusalén. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, según lo prescrito por la Ley de Moisés, María y José « llevaron al niño a Jerusalén para presentarle al Señor » (Lc 2, 22) El nacimiento se había dado en una situación de extrema pobreza. Sabemos, pues, por Lucas que, con ocasión del censo de la población ordenado por las autoridades romanas, María se dirigió con José a Belén; no habiendo encontrado « sitio en el alojamiento », dio a luz a su hijo en un establo y « le acostó en un pesebre » (cf. Lc 2, 7).

Un hombre justo y piadoso, llamado Simeón, aparece al comienzo del « itinerario » de la fe de María. Sus palabras, sugeridas por el Espíritu Santo (cf. Lc 2, 25-27), confirman la verdad de la anunciación. Leemos, en efecto, que « tomó en brazos » al niño, al que -según la orden del ángel- « se le dio el nombre de Jesús » (cf. Lc 2, 21). El discurso de Simeón es conforme al significado de este nombre, que quiere decir Salvador: « Dios es la salvación ». Vuelto al Señor, dice lo siguiente: « Porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel » (Lc 2, 30-32). Al mismo tiempo, sin embargo, Simeón se dirige a María con estas palabras: « Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones »; y añade con referencia directa a María: « y a ti misma una espada te atravesará el alma (Lc 2, 34-35). Las palabras de Simeón dan nueva luz al anuncio que María ha oído del ángel: Jesús es el Salvador, es « luz para iluminar » a los hombres. ¿No es aquel que se manifestó, en cierto modo, en la Nochebuena, cuando los pastores fueron al establo? ¿No es aquel que debía manifestarse todavía más con la llegada de los Magos del Oriente? (cf. Mt 2, 1-12). Al mismo tiempo, sin embargo, ya al comienzo de su vida, el Hijo de María -y con él su Madre- experimentarán en sí mismos la verdad de las restantes palabras de Simeón: « Señal de contradicción » (Lc 2, 34). El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir en la incomprensión y en el dolor. Si por un lado, este anuncio confirma su fe en el cumplimiento de las promesas divinas de la salvación, por otro, le revela también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa. En efecto, después de la visita de los Magos, después de su homenaje (« postrándose le adoraron »), después de ofrecer unos dones (cf. Mt 2, 11), María con el niño debe huir a Egipto bajo la protección diligente de José, porque « Herodes buscaba al niño para matarlo » (cf. Mt 2, 13). Y hasta la muerte de Herodes tendrán que permanecer en Egipto (cf. Mt 2, 15).

17. Después de la muerte de Herodes, cuando la sagrada familia regresa a Nazaret, comienza el largo período de la vida oculta. La que « ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor » (Lc 1, 45) vive cada día el contenido de estas palabras. Diariamente junto a ella está el Hijo a quien ha puesto por nombre Jesús; por consiguiente, en la relación con él usa ciertamente este nombre, que por lo demás no podía maravillar a nadie, usándose desde hacía mucho tiempo en Israel. Sin embargo, María sabe que el que lleva por nombre Jesús ha sido llamado por el ángel « Hijo del Altísimo » (cf. Lc 1, 32). María sabe que lo ha concebido y dado a luz « sin conocer varón », por obra del Espíritu Santo, con el poder del Altísimo que ha extendido su sombra sobre ella (cf. Lc 1, 35), así como la nube velaba la presencia de Dios en tiempos de Moisés y de los padres (cf. Ex 24, 16; 40, 34-35; 1 Rm 8, 10-12). Por lo tanto, María sabe que el Hijo dado a luz virginalmente, es precisamente aquel « Santo », el « Hijo de Dios », del que le ha hablado el ángel.

A lo largo de la vida oculta de Jesús en la casa de Nazaret, también la vida de María está « oculta con Cristo en Dios » (cf. Col 3, 3), por medio de la fe. Pues la fe es un contacto con el misterio de Dios. María constantemente y diariamente está en contacto con el misterio inefable de Dios que se ha hecho hombre, misterio que supera todo lo que ha sido revelado en la Antigua Alianza. Desde el momento de la anunciación, la mente de la Virgen-Madre ha sido introducida en la radical « novedad » de la autorrevelación de Dios y ha tomado conciencia del misterio. Es la primera de aquellos « pequeños », de los que Jesús dirá: « Padre ... has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños » (Mt 11, 25). Pues « nadie conoce bien al Hijo sino el Padre » (Mt 11, 27). ¿Cómo puede, pues, María « conocer al Hijo »? Ciertamente no lo conoce como el Padre; sin embargo, es la primera entre aquellos a quienes el Padre « lo ha querido revelar » (cf. Mt 11, 26-27; 1 Cor 2, 11). Pero si desde el momento de la anunciación le ha sido revelado el Hijo, que sólo el Padre conoce plenamente, como aquel que lo engendra en el eterno « hoy » (cf. Sal 2, 7), María, la Madre, está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por la fe. Es, por tanto, bienaventurada, porque « ha creído » y cree cada día en medio de todas las pruebas y contrariedades del período de la infancia de Jesús y luego durante los años de su vida oculta en Nazaret, donde « vivía sujeto a ellos » (Lc 2, 51): sujeto a María y también a José, porque éste hacía las veces de padre ante los hombres; de ahí que el Hijo de María era considerado también por las gentes como « el hijo del carpintero » (Mt 13, 55).

La Madre de aquel Hijo, por consiguiente, recordando cuanto le ha sido dicho en la anunciación y en los acontecimientos sucesivos, lleva consigo la radical « novedad » de la fe: el inicio de la Nueva Alianza. Esto es el comienzo del Evangelio, o sea de la buena y agradable nueva. No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una especie de a noche de la fe » -usando una expresión de San Juan de la Cruz-, como un « velo » a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio. (36) Pues de este modo María, durante muchos años, permaneció en intimidad con el misterio de su Hijo, y avanzaba en su itinerario de fe, a medida que Jesús « progresaba en sabiduría ... en gracia ante Dios y ante los hombres » (Lc 2, 52). Se manifestaba cada vez más ante los ojos de los hombres la predilección que Dios sentía por él. La primera entre estas criaturas humanas admitidas al descubrimiento de Cristo era María , que con José vivía en la casa de Nazaret.

Pero, cuando, después del encuentro en el templo, a la pregunta de la Madre: « ¿por qué has hecho esto? », Jesús, que tenía doce años, responde « ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? », y el evangelista añade: « Pero ellos (José y María) no comprendieron la respuesta que les dio » (Lc 2, 48-50) Por lo tanto, Jesús tenía conciencia de que « nadie conoce bien al Hijo sino el Padre » (cf. Mt 11, 27), tanto que aun aquella, a la cual había sido revelado más profundamente el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose al lado del hijo, bajo un mismo techo y « manteniendo fielmente la unión con su Hijo », « avanzaba en la peregrinación de la fe »,como subraya el Concilio. (37) Y así sucedió a lo largo de la vida pública de Cristo (cf. Mc 3, 21,35); de donde, día tras día, se cumplía en ella la bendición pronunciada por Isabel en la visitación: « Feliz la que ha creído ».

18. Esta bendición alcanza su pleno significado, cuando María está junto a la Cruz de su Hijo (cf. Jn 19, 25). El Concilio afirma que esto sucedió « no sin designio divino »: « se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma »; de este modo María « mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz »: (38) la unión por medio de la fe, la misma fe con la que había acogido la revelación del ángel en el momento de la anunciación. Entonces había escuchado las palabras: « El será grande ... el Señor Dios le dará el trono de David, su padre ... reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin » (Lc 1, 32-33).

Y he aquí que, estando junto a la Cruz, María es testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de estas palabras. Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado. « Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores ... despreciable y no le tuvimos en cuenta »: casi anonadado (cf. Is 53, 35) ¡Cuan grande, cuan heroica en esos momentos la obediencia de la fe demostrada por María ante los « insondables designios » de Dios! ¡Cómo se « abandona en Dios » sin reservas, « prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad » (39) a aquel, cuyos « caminos son inescrutables »! (cf. Rm 11, 33). Y a la vez ¡cuan poderosa es la acción de la gracia en su alma, cuan penetrante es la influencia del Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza!

Por medio de esta fe María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento. En efecto, « Cristo, ... siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres »; concretamente en el Gólgota « se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz » (cf. Flp 2, 5-8). A los pies de la Cruz María participa por medio de la fe en el desconcertante misterio de este despojamiento. Es ésta tal vez la más profunda « kénosis » de la fe en la historia de la humanidad. Por medio de la fe la Madre participa en la muerte del Hijo, en su muerte redentora; pero a diferencia de la de los discípulos que huían, era una fe mucho más iluminada. Jesús en el Gólgota, a través de la Cruz, ha confirmado definitivamente ser el « signo de contradicción », predicho por Simeón. Al mismo tiempo, se han cumplido las palabras dirigidas por él a María: « ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! ». (40)

19. ¡Sí, verdaderamente « feliz la que ha creído »! Estas palabras, pronunciadas por Isabel después de la anunciación, aquí, a los pies de la Cruz, parecen resonar con una elocuencia suprema y se hace penetrante la fuerza contenida en ellas. Desde la Cruz, es decir, desde el interior mismo del misterio de la redención, se extiende el radio de acción y se dilata la perspectiva de aquella bendición de fe. Se remonta « hasta el comienzo » y, como participación en el sacrificio de Cristo, nuevo Adán, en cierto sentido, se convierte en el contrapeso de la desobediencia y de la incredulidad contenidas en el pecado de los primeros padres. Así enseñan los Padres de la Iglesia y, de modo especial, San Ireneo, citado por la Constitución Lumen gentium: « El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe », (41) A la luz de esta comparación con Eva los Padres -como recuerda todavía el Concilio- llaman a María « Madre de los vivientes » y afirman a menudo: a la muerte vino por Eva, por María la vida ». (42)

Con razón, pues, en la expresión « feliz la que ha creído » podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María, a la que el ángel ha saludado como « llena de gracia ». Si como a llena de gracia » ha estado presente eternamente en el misterio de Cristo, por la fe se convertía en partícipe en toda la extensión de su itinerario terreno: « avanzó en la peregrinación de la fe » y al mismo tiempo, de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así, mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de la Madre.
3. Ahí tienes a tu madre

20. El evangelio de Lucas recoge el momento en el que « alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo, dirigiéndose a Jesús: « ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! » (Lc 11, 27). Estas palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús, según la carne. La Madre de Jesús quizás no era conocida personalmente por esta mujer. En efecto, cuando Jesús comenzó su actividad mesiánica, María no le acompañaba y seguía permaneciendo en Nazaret. Se diría que las palabras de aquella mujer desconocida le hayan hecho salir, en cierto modo, de su escondimiento.

A través de aquellas palabras ha pasado rápidamente por la mente de la muchedumbre, al menos por un instante, el evangelio de la infancia de Jesús. Es el evangelio en que María está presente como la madre que concibe a Jesús en su seno, le da a luz y le amamanta maternalmente: la madre-nodriza, a la que se refiere aquella mujer del pueblo. Gracias a esta maternidad Jesús -Hijo del Altísimo (cf. Lc 1, 32)- es un verdadero hijo del hombre. Es « carne », como todo hombre: es « el Verbo (que) se hizo carne » (cf. Jn 1, 14). Es carne y sangre de María. (43)

Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa: « Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan » (cf. Lc 11, 28). Quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu, que se forma en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios.

El mismo paso a la esfera de los valores espirituales se delinea aun más claramente en otra respuesta de Jesús, recogida por todos los Sinópticos. Al ser anunciado a Jesús que su « madre y sus hermanos están fuera y quieren verle », responde: « Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen » (cf. Lc 8, 20-21). Esto dijo « mirando en torno a los que estaban sentados en corro », como leemos en Marcos (3, 34) o, según Mateo (12, 49) « extendiendo su mano hacia sus discípulos ».

Estas expresiones parecen estar en la línea de lo que Jesús, a la edad de doce años, respondió a María y a José, al ser encontrado después de tres días en el templo de Jerusalén.

Así pues, cuando Jesús se marchó de Nazaret y dio comienzo a su vida pública en Palestina, ya estaba completa y exclusivamente « ocupado en las cosas del Padre » (cf. Lc 2, 49). Anunciaba el Reino: « Reino de Dios » y « cosas del Padre », que dan también una dimensión nueva y un sentido nuevo a todo lo que es humano y, por tanto, a toda relación humana, respecto a las finalidades y tareas asignadas a cada hombre. En esta dimensión nueva un vínculo, como el de la « fraternidad », significa también una cosa distinta de la « fraternidad según la carne », que deriva del origen común de los mismos padres. Y aun la « maternidad », en la dimensión del reino de Dios, en la esfera de la paternidad de Dios mismo, adquiere un significado diverso. Con las palabras recogidas por Lucas Jesús enseña precisamente este nuevo sentido de la maternidad.

¿Se aleja con esto de la que ha sido su madre según la carne? ¿Quiere tal vez dejarla en la sombra del escondimiento, que ella misma ha elegido? Si así puede parecer en base al significado de aquellas palabras, se debe constatar, sin embargo, que la maternidad nueva y distinta, de la que Jesús habla a sus discípulos, concierne concretamente a María de un modo especialísimo. ¿No es tal vez María la primera entre « aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen »? Y por consiguiente ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima? Sin lugar a dudas, María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne (« ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! »), pero también y sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque « guardaba » la palabra y « la conservaba cuidadosamente en su corazón » (cf. Lc 1, 38. 45; 2, 19. 51 ) y la cumplía totalmente en su vida. Podemos afirmar, por lo tanto, que el elogio pronunciado por Jesús no se contrapone, a pesar de las apariencias, al formulado por la mujer desconocida, sino que viene a coincidir con ella en la persona de esta Madre-Virgen, que se ha llamado solamente « esclava del Señor » (Lc 1, 38). Si es cierto que « todas las generaciones la llamarán bienaventurada » (cf. Lc 1, 48), se puede decir que aquella mujer anónima ha sido la primera en confirmar inconscientemente aquel versículo profético del Magníficat de María y dar comienzo al Magníficat de los siglos.

Si por medio de la fe María se ha convertido en la Madre del Hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica. Se puede afirmar que esta dimensión de la maternidad pertenece a María desde el comienzo, o sea desde el momento de la concepción y del nacimiento del Hijo. Desde entonces era « la que ha creído ». A medida que se esclarecía ante sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo, ella misma como Madre se abría cada vez más a aquella « novedad » de la maternidad, que debía constituir su « papel » junto al Hijo. ¿No había dicho desde el comienzo: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra »? (Lc 1, 38). Por medio de la fe María seguía oyendo y meditando aquella palabra, en la que se hacía cada vez más transparente, de un modo « que excede todo conocimiento » (Ef 3, 19), la autorrevelación del Dios viviente. María madre se convertía así, en cierto sentido, en la primera « discípula » de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: « Sígueme » antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (cf. Jn 1, 43).

21. Bajo este punto de vista, es particularmente significativo el texto del Evangelio de Juan, que nos presenta a María en las bodas de Caná. María aparece allí como Madre de Jesús al comienzo de su vida pública: « Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos (Jn 2, 1-2). Según el texto resultaría que Jesús y sus discípulos fueron invitados junto con María, dada su presencia en aquella fiesta: el Hijo parece que fue invitado en razón de la madre. Es conocida la continuación de los acontecimientos concatenados con aquella invitación, aquel « comienzo de las señales » hechas por Jesús -el agua convertida en vino-, que hace decir al evangelista: Jesús « manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos » (Jn 2, 11).

María está presente en Caná de Galilea como Madre de Jesús, y de modo significativo contribuye a aquel « comienzo de las señales », que revelan el poder mesiánico de su Hijo. He aquí que: « como faltaba vino, le dice a Jesús su Madre: "no tienen vino". Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn 2, 3-4). En el Evangelio de Juan aquella « hora » significa el momento determinado por el Padre, en el que el Hijo realiza su obra y debe ser glorificado (cf. Jn 7, 30; 8, 20; 12, 23. 27; 13, 1; 17, 1; 19, 27). Aunque la respuesta de Jesús a su madre parezca como un rechazo (sobre todo si se mira, más que a la pregunta, a aquella decidida afirmación: « Todavía no ha llegado mi hora »), a pesar de esto María se dirige a los criados y les dice: « Haced lo que él os diga » (Jn 2, 5). Entonces Jesús ordena a los criados llenar de agua las tinajas, y el agua se convierte en vino, mejor del que se había servido antes a los invitados al banquete nupcial.

¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y su Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual? De todos modos el hecho es elocuente. Es evidente que en aquel hecho se delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María. Tiene un significado que no está contenido exclusivamente en las palabras de Jesús y en los diferentes episodios citados por los Sinópticos (Lc 11, 27-28; 8, 19-21; Mt 12, 46-50; Mc 3, 31-35). En estos textos Jesús intenta contraponer sobre todo la maternidad, resultante del hecho mismo del nacimiento, a lo que esta « maternidad » (al igual que la « fraternidad ») debe ser en la dimensión del Reino de Dios, en el campo salvífico de la paternidad de Dios. En el texto joánico, por el contrario, se delinea en la descripción del hecho de Caná lo que concretamente se manifiesta como nueva maternidad según el espíritu y no únicamente según la carne, o sea la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia « No tienen vino »). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone « en medio », o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien « tiene el derecho de »- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación, por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: María « intercede » por los hombres. No sólo: como Madre desea también que se manifieste el poder mesiánico del Hijo, es decir su poder salvífico encaminado a socorrer la desventura humana, a liberar al hombre del mal que bajo diversas formas y medidas pesa sobre su vida. Precisamente como había predicho del Mesías el Profeta Isaías en el conocido texto, al que Jesús se ha referido ante sus conciudadanos de Nazaret « Para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos ... » (cf. Lc 4, 18).

Otro elemento esencial de esta función materna de María se encuentra en las palabras dirigidas a los criados: « Haced lo que él os diga ». La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse. para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías. En Caná, merced a la intercesión de María y a la obediencia de los criados, Jesús da comienzo a « su hora ». En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera « señal » y contribuye a suscitar la fe de los discípulos.

22. Podemos decir, por tanto, que en esta página del Evangelio de Juan encontramos como un primer indicio de la verdad sobre la solicitud materna de María. Esta verdad ha encontrado su expresión en el magisterio del último Concilio. Es importante señalar cómo la función materna de María es ilustrada en su relación con la mediación de Cristo. En efecto, leemos lo siguiente: « La misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia », porque « hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también » (1 Tm 2, 5). Esta función materna brota, según el beneplácito de Dios, « de la superabundancia de los méritos de Cristo... de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud ». (44) Y precisamente en este sentido el hecho de Caná de Galilea, nos ofrece como una predicción de la mediación de María, orientada plenamente hacia Cristo y encaminada a la revelación de su poder salvífico.

Por el texto joánico parece que se trata de una mediación maternal. Como proclama el Concilio: María « es nuestra Madre en el orden de la gracia ». Esta maternidad en el orden de la gracia ha surgido de su misma maternidad divina, porque siendo, por disposición de la divina providencia, madre-nodriza del divino Redentor se ha convertido de « forma singular en la generosa colaboradora entre todas las creaturas y la humilde esclava del Señor » y que « cooperó ... por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas ». (45) « Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia ... hasta la consumación de todos los elegidos ». (46)

23. Si el pasaje del Evangelio de Juan sobre el hecho de Caná presenta la maternidad solícita de María al comienzo de la actividad mesiánica de Cristo, otro pasaje del mismo Evangelio confirma esta maternidad de María en la economía salvífica de la gracia en su momento culminante, es decir cuando se realiza el sacrificio de la Cruz de Cristo, su misterio pascual. La descripción de Juan es concisa: « Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su madre. María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa » (Jn 19, 25-27).

Sin lugar a dudas se percibe en este hecho una expresión de la particular atención del Hijo por la Madre, que dejaba con tan grande dolor. Sin embargo, sobre el significado de esta atención el « testamento de la Cruz » de Cristo dice aún más. Jesús ponía en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo, del que confirma solemnemente toda la verdad y realidad. Se puede decir que, si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca al hombre -a cada uno y a todos-, es entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este hombre junto a la cruz es Juan, « el discípulo que él amaba ». (47) Pero no está él solo. Siguiendo la tradición, el Concilio no duda en llamar a María « Madre de Cristo, madre de los hombres ». Pues, está « unida en la estirpe de Adán con todos los hombres...; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles ». (48)

Por consiguiente, esta « nueva maternidad de María », engendrada por la fe, es fruto del « nuevo » amor, que maduró en ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo.

24. Nos encontramos así en el centro mismo del cumplimiento de la promesa, contenida en el protoevangelio: el « linaje de la mujer pisará la cabeza de la serpiente » (cf. Gn 3, 15). Jesucristo, en efecto, con su muerte redentora vence el mal del pecado y de la muerte en sus mismas raíces. Es significativo que, al dirigirse a la madre desde lo alto de la Cruz, la llame « mujer » y le diga: « Mujer, ahí tienes a tu hijo ». Con la misma palabra, por otra parte, se había dirigido a ella en Caná (cf. Jn 2, 4). ¿Cómo dudar que especialmente ahora, en el Gólgota, esta frase no se refiera en profundidad al misterio de María, alcanzando el singular lugar que ella ocupa en toda la economía de la salvación? Como enseña el Concilio, con María, « excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne ». (49) Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una « nueva » continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia, simbolizada y representada por Juan. De este modo, la que como « llena de gracia » ha sido introducida en el misterio de Cristo para ser su Madre, es decir, la Santa Madre de Dios, por medio de la Iglesia permanece en aquel misterio como « la mujer » indicada por el libro del Génesis (3, 15) al comienzo y por el Apocalipsis (12, 1) al final de la historia de la salvación. Según el eterno designio de la Providencia la maternidad divina de María debe derramarse sobre la Iglesia, como indican algunas afirmaciones de la Tradición para las cuales la « maternidad » de María respecto de la Iglesia es el reflejo y la prolongación de su maternidad respecto del Hijo de Dios. (50)

Ya el momento mismo del nacimiento de la Iglesia y de su plena manifestación al mundo, según el Concilio, deja entrever esta continuidad de la maternidad de María: « Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este" (Hch 1, 14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación ». (51)

Por consiguiente, en la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del « nacimiento del Espíritu ». Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como indican las palabras pronunciadas en la Cruz: « Mujer, ahí tienes a tu hijo »; « Ahí tienes a tu madre ».




NOTAS

19. Sobre la predestinación de María, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in Nativitatem, 7; 10: S. Ch. 80, 65; 73; Hom. in Dormitionem I, 3: S. Ch. 80, 85: « Es ella, en efecto, que, elegida desde las generaciones antiguas, en virtud de la predestinación y de la benevolencia del Dios y Padre que te ha engendrado a ti (oh Verbo de Dios) fuera del tiempo sin salir de sí mismo y sin alteración alguna, es ella que te ha dado a luz, alimentado con su carne, en los últimos tiempos ... ». [Regresar]

20. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55. [Regresar]

21. Sobre esta expresión hay en la tradición patrística una interpretación amplia y variada: cf. Origenes, In Lucam homiliae, VI, 7: S. Ch. 87, 148; Severiano De Gabala, In mundi creationem, Oratio VI, 10: PG 56, 497 s.; S. Juan Crisóstomo (pseudo), In Annuntiationem Deiparae et contra Arium impium, PG 62, 765 s.; Basilio De Seleucia, Oratio 39, In Sanctissimae Deiparae Annuntiationem, 5: PG 85, 441-446; Antipatro De Ostra, Hom. II, In Sanctissimae Deiparae Annuntiationem, 3-11: PG, 1777-1783; S. Sofronio de Jerusalén, Oratio II, In Sanctissimae Deiparae Annuntiationem, 17-19: PG 87/3, 3235-3240; S. Juan Damasceno, Hom. in Dormitionem, I, 7: S. Ch. 80, 96-101; S. Jerónimo, Epistola 65, 9: PL 22, 628; S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Lucam, II, 9: CSEL 34/4, 45 s.; S. Agustín, Sermo 291, 4­6: PL 38, 1318 s.; Enchiridion, 36, 11: PL 40, 250; S. Pedro Crisólogo, Sermo 142: PL 52, 579 s.; Sermo 143: PL 52, 583; S. Fulgencio De Ruspe, Epistola 17, VI, 12: PL 65, 458; S. Bernardo, In laudibus Virginis Matris, Homilía III , 2-3: S. Bernardi Opera, IV, 1966, 36-38. [Regresar]

22. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55. [Regresar]

23. ibid., 53. [Regresar]

24. Cf. Pío IX, Carta Apost. Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1856): Pii IX P. M. Acta, pars I, 616; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 53. [Regresar]

25. Cf. S. Germán. Cost., In Annuntiationem SS. Deiparae Hom.: PG 98, 327 s.; S. Andrés Cret., Canon in B. Mariae Natalem, 4: PG 97, 1321 s.; In Nativitatem B. Mariae, I: PG 97, 811 s.; Hom. in Dormitionem S. Mariae 1: PG 97, 1067 s. [Regresar]

26. Liturgia de las Horas, del 15 de Agosto, en la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, Himno de las I y II Vísperas; S. Pedro Damián, Carmina et preces, XLVII: PL 145, 934. [Regresar]

27. Divina Comedia, Paraíso XXXIII, 1; cf. Liturgia de las Horas, Memoria de Santa María en sábado, Himno II en el Officio de Lectura. [Regresar]

28. Cf. S. Agustín, De Sancta Virginitate, III, 3: PL 40, 398; Sermo 25, 7: PL 16, 937 s. [Regresar]

29. Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5. [Regresar]

30. Este es un tema clásico, ya expuesto por S. Ireneo: « Y como por obra de la virgen desobediente el hombre fue herido y, precipitado, murió, así también por obra de la Virgen obediente a la palabra de Dios, el hombre regenerado recibió, por medio de la vida, la vida ... Ya que era conveniente y justo ... que Eva fuera « recapitulada » en María, con el fin de que la Virgen, convertida en abogada de la virgen, disolviera y destruyera la desobediencia virginal por obra de la obediencia virginal »; Expositio doctrinae apostolicae, 33: S. Ch. 62, 83-86; cf. también Adversus Haereses, V, 19, 1: S. Ch. 153, 248-250. [Regresar]

31. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5. [Regresar]

32. Ibid., 5; cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium , 56. [Regresar]

33. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 56. [Regresar]

34. Ibid., 56. [Regresar]

35. Cf. ibid., 53; S. Agustín, De Sancta Virginitate, III, 3: PL 40, 398; Sermo 215, 4: PL 38, 1074; Sermo 196, I: PL 38, 1019; De peccatorum meritis et remissione, I, 29, 57: PL 44, 142; Sermo 25, 7: PL 46, 937 s.; S. León Magno, Tractatus 21; De natale Domini, I: CCL 138, 86. [Regresar]

36. Cf. Subida del Monte Carmelo, L. II, cap. 3, 4-6. [Regresar]

37. Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 58. [Regresar]

38. Ibid., 58. [Regresar]

39. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5. [Regresar]

40. Sobre la participación o « compasión » de María en la muerte de Cristo, cf. S. Bernardo, In Dominica infra octavam Assumptionis Sermo, 14: S. Bernardi Opera, V, 1968, 273. [Regresar]

41. S. Ireneo, Adversus Haereses, III, 22, 4: S. Ch. 211, 438-444; cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 56, nota 6. [Regresar]

42. Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 56 y los Padres citados en las notas 8 y 9. [Regresar]

43. « Cristo es verdad, Cristo es carne, Cristo verdad en la mente de María, Cristo carne en el seno de María »: S. Agustín, Sermo 25 (Sermones inediti), 7: PL 46, 938. [Regresar]

44. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 60. [Regresar]

45. Ibid., 61. [Regresar]

46. Ibid., 62. [Regresar]

47. Es conocido lo que escribe Orígenes sobre la presencia de María y de Juan en el Calvario: « Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de Juan es el primero de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre »: Comm. in Ioan., 1, 6: PG 14, 31; cf. S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Luc., X, 129-131: CSEL, 32/4, 504 s. [Regresar]

48. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55. [Regresar]

49. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 54 y 53; este último texto conciliar cita a S. Agustín, De Sancta Virginitate, VI, 6: PL 40, 399. [Regresar]

50. Cf. S. León Magno, Tractatus 26, de natale Domini, 2: CCL 138, 126. [Regresar]

51. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 59. [Regresar]

lunes, 29 de junio de 2009

Dogmas Marianos


Maternidad Divina


El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.
El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:
"Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."
El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:
"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66)
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.
"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles."
LA PERPETUA VIRGINIDAD
El dogma de la Perpetua Virginidad se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente después del parto.
"Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel" (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt., 1, 22-23) (Const. Dogmática Lumen Gentium, 55 - Concilio Vaticano II).
"La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la 'Aeiparthenos', la 'siempre-virgen'." (499 - catecismo de la Iglesia Católica)

LA ASUNCIÓN
El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus:
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
La Santísima Virgen es nombrada tambiénbajo los títulos de:
Madre de la Iglesia y Madre de los hombres.
La Virgen no puede ser objeto de culto de adoración o latría (la adoración sólo corresponde a Dios). Pero sí se honra a la Virgen de una manera especial, a la que la Iglesia llama "hiperdulía" que es una veneración mayor a la que se da a los santos del cielo, ellos son objeto de culto de "dulía" o veneración.

lunes, 11 de mayo de 2009

11 de mayo : Santa Estela

Significa “estrella”. Viene de la lengua latina.
Para que se eleve una confianza sobre la tierra, al Este o al Oeste, en el Norte o en el Sur, es necesaria tu vida y de una multitud. Para empezar, no hacen falta ni la experiencia de toda una existencia ni la perspectivas que da el saber. ¿Te concederás una tregua mientras no hayas encontrado dónde descansar tu corazón?.
Esta chica, de tan bonito nombre, fue una virgen del siglo III. En este tiempo había un obispo llamado Eutropio.
Tenía un gancho muy grande con la juventud. Realmente la entendía a la perfección.
Empleaba noche y día en trabajar apostólicamente con los cristianos.
Durante este tiempo estaba en Charente, Francia, Era el primer obispo que tenía una ciudad que vivía todavía sumida, en su mayoría, en el paganismo.
Le cupo la gloria de que una de las primeras conversiones que se obraron con su pastoral, fue la de la joven Estela o Estrella.
Tenía una fuerte personalidad. El padre le había insistido una y mil veces que no se metiera en las cosas cristianas. Le parecía absurdo y raro para la gente con la que se codeaba.
Todos sus esfuerzos fueron inútiles para lograr que dejara el cristianismo.
El padre estaba en un aprieto. Tenía que obedecer las órdenes imperiales, so pena de que lo mataran.
Entonces, con todo el dolor de su alma, entregó a su hija a las autoridades para que hicieran con ella lo que mandaba la ley.
Estas autoridades, como era natural, la enviaron a la muerte.
En Francia, los poetas Mistral y los de la lengua D´Oc la eligieron como patrona de la Escuela Literaria de los Felibres, Era el año 1854."

lunes, 23 de marzo de 2009

María en la Biblia


Hay quienes dicen que la presencia de María en las escrituras es limitada y no se corresponde con la tremenda atención que a María le dan los católicos. Justamente, estuve en una librería Evangélica Cristian el otro día y el libro más popular es "The prayer of Jabez" (La oración de de Iabés). Es un gran libro, el más vendido de los libros cristianos el año pasado. Toma sólo 2 versículos de la Escritura:
"Iabés fue el más célebre entre sus hermanos, y su madre le puso el nombre de Iabés diciendo: "Di a luz con dolor". Iabés invocó al Dios de Israel, exclamando: "Si me bendices verdaderamente, ensancharás mis fronteras, tu mano estará conmigo y alejarás el mal para que desaparezca mi aflicción". Y Dios le concedió lo que él había pedido". (I Cr. 4,9-10)
Es una gran oración. Toda una industria surgió de estos dos versículos.
Teniendo esto en cuenta, veamos lo que ocurre con María. Tal vez podamos ver que no es el volumen de Escritura lo que importa sino su contenido y la importancia de éste en la historia de la Biblia.
Veamos donde aparece María. Ella está presente en casi todos los eventos más importantes de la vida de Jesús: su concepción (Lc.1,2), su desarrollo en el vientre, incluyendo el desarrollo fetal de Juan el Bautista (Lc. 1,43), su nacimiento (Lc. 2,7). su presentación y entrega a Dios (Lc. 2,22), su infancia (Lc.2,22-38). Su confirmación a los 12 años (Lc. 2,49), el comienzo de su ministerio público y el primero de sus milagros, que Ella misma promovió (Las Bodas de Caná, Jn. 2,3). Su muerte en el Calvario (Jn. 19,26) y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (Hech. 1,14). ¿Cómo podemos decir que tiene un papel menor en la Biblia? Humildemente, quisiera sugerir que el rol de María en la Biblia es infinitamente más grande que el de Iabés quien ganó mucha más atención entre los evangélicos.
María es una cristiana "renacida" que recibió el Espíritu Santo en Pentecostés y habló en lenguas 2000 años antes que los Pentecostales recibieran este don (Hech.1,14-2,3). Ella sabe como orar (sí, incluso en lenguas)
Los católicos hacen una comparación muy interesante entre María, la Madre de Jesús y Eva en el Génesis. Eva está en el centro entre la raza humana y el pecado con la consiguiente Caída. Ella es en cierto sentido la "mediadora" del pecado original (Gen. 3,3-24). Los católicos creen que, el "sí" de María a Dios y su plan de redención opuesto a Eva, revirtió ese "no" de Eva y su rechazo a la obediencia y a cooperar con Dios. El sí de María y su cooperación con la Gracia, derrotó al "no" de Eva (Lc.1,2). Los católicos no creen que sea casual que Eva (la mujer) salga del cuerpo de Adán (el hombre) y que Jesús (el hombre-Dios) salga del cuerpo de María (la mujer). Este pensamiento fue pronunciado ya por San Justino (quien vivió en el 110-165 D.C.) y es consistente con la comparación hecha por San Pablo entre Jesús y Adán.

sábado, 21 de marzo de 2009

¿Si María nació sin pecado, ("Inmaculada Concepción") necesitaba ella un Salvador?


Recibí un e-mail de un evangélico diciendo: "María necesitaba un Salvador". Los católicos están totalmente de acuerdo, es un dogma fundamental.
"Cristo, como la Iglesia enseña: "ha conquistado al enemigo de la raza humana solo (solus) (D711). Del mismo modo, solamente Él ha adquirido la gracia de la Redención de todo el género humano, incluyendo a María"...(Dr. Ludwigg Ott, Fundamentals of Catholic Dogma 212-13)
Los católicos creen que María ha sido salvada por Dios pero en una manera especial. Art Sippo lo describe de esta manera:
La cristiandad católica cree que María ha sido también pecadora. NO pecadora DE HECHO sino POTENCIAL que ha sido redimida por Dios desde el momento de su concepción de modo que ella nunca cayera en pecado. De modo que sí: María fue redimida pero estaba predestinada por Dios a ser la madre de su Hijo de modo que ella fue preservada del pecado.
Martin Lutero, el reformador protestante dijo:
"... de modo que mientras que el alma le era infundida, ella al mismo tiempo era limpiada del pecado original..... y entonces, en el momento mismo en que ella comenzó a vivir, fue libre de todo pecado". (Martin Luther's Works, vol 4, pg 694)"Dios formó el alma y el cuerpo de la Virgen María llenos del Espíritu Santo, de modo que ella fuera libre de todo pecado" (ibid. vol 52, pg 39)
". . . Ella es llena de gracia, proclamada de ser totalmente libre de pecado... la Gracia de Dios la llena con todo bien y la hace libre de todo mal....Dios es con ella, significa que todo lo que ella hizo o dejó de hacer es divino y la acción de Dios en ella. Más aún, Dios la ha protegido y guardado de todo lo que pudiera dañarle." (Ref: Luther's Works, American edition, vol. 43, p. 40, ed. H. Lehmann, Fortress, 1968)
Antes de explicar qué es la Inmaculada Concepción, echémosle un vistazo a lo que no es. La doctrina católica de la Inmaculada Concepción no significa que María haya sido concebida en el mismo modo en que Jesús lo fue. Esto significaría que sus padres no hubieran tenido relaciones sexuales. No hay nada especial en el modo en que sus padres la concibieron; lo hicieron en el modo corriente.
Es muy difícil hablar de la Inmaculada Concepción sin entender las creencias católicas acerca del Bautismo La mayoría de los evangélicos piensan que la "Separación de Dios" es resultado del pecado personal y por ende creen que antes de la edad del razonamiento todos estamos ligados al cielo. Esto me suena a que muchos evangélicos creen que todos hemos sido concebidos sin pecado y solamente comenzamos a pecar cuando tenemos una edad de discernimiento. Aún así existe un inmediato rechazo cuando un católico menciona que María fue concebida sin pecado.
Me maravilla inferir que algunos evangélicos entienden que "todos somos concebidos sin pecado"...excepto María, la Madre de Dios.
Los católicos creen que la "separación de Dios" de toda la humanidad es el resultado del "pecado original" de Adán y Eva, nuestros primeros padres. Los católicos creen que todos nacemos con la marca de ese "pecado original". Si el pecado original es la fuente de nuestra condenación no podemos pensar en que los niños no necesiten de la gracia de Jesús. Esta es la razón por la que los católicos bautizan a sus bebés "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
El rol del Bautismo en la Iglesia Católica es limpiarnos fundamentalmente del pecado original originado cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido en el jardín del Edén, causando la caída del género humano y la introducción de la muerte en el mundo. Los católicos bautizan poco después del nacimiento para limpiar el pecado original e infundir en el niño la gracia del Espíritu Santo. Lo que dice la doctrina de la Inmaculada Concepción es que, en el caso de María, este efecto del bautismo fue adelantado al momento de su concepción. De este modo, los efectos del pecado original nunca la afectaron. Aquí está lo que dice la doctrina:
Pronunciamos y definimos la doctrina que afirma que la Beatísima Virgen María fue, por singular gracia y privilegio de Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador de la raza humana, preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción. (Papa Pío IX, )
Vemos aquí un par de cosas. Fueron los méritos de Jesús los que la limpiaron. Ahora bien, alguien podría decir: "hey pero si Jesús aún no había nacido". Por supuesto que esto es ciero, pero Jesús fue la roca que proveyó agua en el desierto a los israelitas cuando huían de Egipto, muchísimo tiempo antes de su nacimiento (Ex. 17,6). Juan dice: "En el principio Él estaba junto a Dios... Todas las cosas fueron hechas por medio de Él" (Jn.1,2-3). Jesús no es esclavo del tiempo.
En la sección María en la Biblia muestro como desde los primeros siglos del cristianismo los católicos han comparado a María (la Madre de los Vivientes) con Eva (la Madre de los muertos). El "Sí" de María al Arcángel Gabriel, deshizo el "sí" de Eva al arcángel caído Satanás. La cooperación de Eva con Satanás llevó a Adán a introducir la muerte en el mundo; la cooperación de María con Dios introdujo a Jesús, la Vida, en el mundo. Las Escrituras nos dicen que Eva fue concebida sin pecado. La Iglesia siempre ha creído que esto encaja con que la Nueva Eva (María) debiera nacer sin pecado también. Si ella hubiera sido concebida con pecado, Jesús que es inmaculado, hubiera sido enemigo de su madre desde el momento mismo de su concepción.
Los católicos creen que cuando el Arcángel Gabriel dijo "Ave María, llena de Gracia" (Lc. 1,28) estaba diciendo mucho más que: "Hey María como te va, eres muy cool". Los católicos creen que Gabriel estaba diciendo algo acerca de la naturaleza de María que los cristianos reconocerían hasta el final de los tiempos. Las palabras griegas utilizadas en esta frase son: "Chaire, kecharitomene!" kecharitomene". [Caire, kecaritomene!]. Veamos un poco de la gramática de esta frase. John Pacheco dice lo siguiente:
"kecharitomene".. es un participio pasivo perfecto. Significa que alguien la favoreció con la gracia de un modo "permanente de perfección". De acuerdo a los diccionarios de gramática griega, este tiempo verbal implica la "perpetuación de un resultado permanente o de una acción que se ha completado".
Los católicos creen que Gabriel eligió estas palabras cuidadosamente. Su saludo a María fue muy diferente del saludo a Zacarías, a quien llamó por su nombre. Los católicos creen que María fue llamada por su título.
Los católicos creen esto en orden a que el alma de María glorifica al Señor, (Lc. 1,46), para esto su alma necesita estar sin pecado.
Algunos evangélicos se han enojado porque a la Iglesia le ha tomado 1800 años para definir esta doctrina de la Inmaculada Concepción. De cualquier manera, esta creencia ha sido parte de los primeros tiempos de la Iglesia.
Acuérdate de nosotros, tú que estás cerca de Él que te ha dado todas las gracias porque eres la Madre de Dios y nuestra Reina. Ayúdanos por los méritos del Rey, el Señor y Maestro Bueno que ha nacido de ti y por eso eres llamada la "llena de Gracia..." (373 D.C., Sn. Atanasio)
Bienaventurada Virgen, inmaculada y pura eres tú, la sin pecado Madre del Hijo, el Poderoso Señor del Universo. Tú eres santa e inviolada, la esperanza de los desesperanzados y pecadores, cantamos tus alabanzas,. Te alabamos como la llena de toda gracia porque has llevado en tu seno al Dios-Hombre. Todos te veneramos, invocamos e imploramos tu ayuda...Santa e inmaculada Virgen...sé nuestra intercesora y abogada en la hora de la muerte y el juicio...tú eres santa en la presencia de Dios a quien sea el honor, la gloria, la majestad y el poder por los siglos de los siglos. (373 D.C., Sn. Efrén de Edessa)
Tú solo y tu Madre son los más bellos entre todos porque no hay desperfecto en ti ni mancha alguna en tu Madre. (St. Ephraim, Nisibene Hymns, 27:8, 370 D.C,)
La Inmaculada Concepción fue definida como creencia piadosa en 1453 y declarada doctrina por el papa Pío IX en 1854.




De modo que hay "big stuff" (cuestiones de peso) acerca de María. Cuestiones que irritan a algunos evangélicos. No soy un apologista. Hay mucho más que podría ser dicho aquí en defensa de estas doctrinas (puedes ver en los links de mi página una lista de sitios de apologética que aman tratar este tipo de cosas). Este artículo pretende ser una muestra de porqué la Iglesia cree lo que cree acerca de María. Más allá de toda esta doctrina y tanto rollo, la razón por la que creo que María está en el cielo ayudándonos es porque tuve personalmente una experiencia con María que no puedo negar. Nadie puede decirme que Ella está muerta. Para mí es tan claro como el día. Ella es una amiga que ora por mí y me ha mostrado cosas verdaderamente cool sobre su Hijo, Jesús. Creo que si hoy soy un mejor cristiano es por María.
Si tienes miedo de hablarle a María te invito a que ores a Jesús acerca de María. Estoy seguro que cualquier evangélico dirá que es perfectamente seguro orar a Jesús sobre cualquier cosa. Pregunta a Jesús qué hay con María y dale tiempo a responderte. Ruego porque puedas tener la misma experiencia que me ha llevado a mis poderosas convicciones sobre la validez de María como auxilio de los desamparados y gran guerrera de la oración.
©2002 David MacDonald
Traducción al español: Margot Zunino

martes, 17 de marzo de 2009

San Patricio


Patrón de IrlandaFiesta: 17 de marzo
"Yo era como una piedra en una profunda mina; y aquel que es poderoso vino, y en su misericordia, me levantó y me puso sobre una pared." -San Patricio
Ver también: De su confesión: "Muchos pueblos renacieron a Dios por mí"
Nacido en Gran Bretaña (Bennhaven Taberniae (pueblecito de Escocia que hoy no se encuentra en los mapas) hacia el 385, muy joven fue llevado cautivo a Irlanda, y obligado a guardar ovejas. Recobrada la libertad, abrazó el estado clerical y fue consagrado obispo Irlanda, desplegando extraordinarias dotes de evangelizador, y convirtiendo a la fe a numerosas gentes, entre las que organizó la Iglesia. Murió el año 461, en Down, llamado en su honor Downpatrik (Irlanda).
No se conoce con exactitud los datos cronológicos del Apóstol de Irlanda. Por lo que el santo dice de si mismo, se supone que era de origen romano-bretón. Su padre Calpurnio era diácono y oficial del ejercito romano; su madre era familia de San Martín de Tours; su abuelo había sido sacerdote ya que en aquellos tiempos no se había impuesto aún la ley del celibato sacerdotal en todo el occidente.
Se afirma que fue alrededor del año 403, a la edad de 16 años, que cayó prisionero de piratas junto con otros jóvenes para ser vendido como esclavo a un pagano del norte de Irlanda llamado Milcho. Lo sirvió cuidando ovejas. Trató de huir varias veces sin éxito.
La Divina Providencia aprovechó este tiempo de esclavitud, de rudo trabajo y sufrimiento, para espiritualizarlo, preparándolo para el futuro, ya que el mismo dijo que hasta entonces "aún no conocía al verdadero Dios", queriendo decir que había vivido indiferente a los consejos y advertencias de la Iglesia.
Se cree que el lugar de su cautiverio fue en las costas de Mayo, al borde del bosque de Fochlad (o Foclut). De ser así, el monte de Crochan Aigli, que fue escenario del famoso ayuno de San Patricio, también fue el lugar donde vivió los tristes años de su juventud.
Lo mas importante es que para entonces, como el lo dice: "oraba de continuo durante las horas del día y fue así como el amor de Dios y el temor ante su grandeza, crecieron mas dentro de mí, al tiempo que se afirmaba mi fe y mi espíritu se conmovía y se inquietaba, de suerte que me sentía impulsado a hacer hasta cien oraciones en el día y, por la noche otras tantas. Con este fin, permanecía solo en los bosques y en las montañas. Y si acaso me quedaba dormido, desde antes de que despuntara el alba me despertaba para orar, en tiempos de neviscas y de heladas, de niebla y de lluvias. Por entonces estaba contento, porque lejos de sentir en mi la tibieza que ahora suele embargarme, el espíritu hervía en mi interior".
Después de seis años en tierra de Irlanda y de haber rezado mucho a Dios para que le iluminara sobre su futuro, una noche soñó que una voz le mandaba salir huyendo y llegar hasta el mar, donde un barco lo iba a recibir. Huyendo, caminó mas de 300 kilómetros para llegar a la costa. Encontró el barco, pero el capitán se negaba rotundamente a transportarlo. Sus reiteradas peticiones para que le dejasen viajar gratis fueron siempre rechazadas, hasta que al fin, después de mucho orar con fervor, el capitán accedió a llevarlo hasta Francia. La travesía fue aventurada y peligrosa. Después de tres días de tormenta en el mar, tocaron tierra en un lugar deshabitado de la costa, caminaron un mes sin encontrar a nadie y hasta las provisiones se agotaron. Patricio narra esa aventura diciendo:"llegó el día en que el capitán de la nave, angustiado por nuestra situación, me instaba a pedir el auxilio del cielo. '¿Cómo es que nos sucede esto, cristiano? Dijiste que tu Dios era grande y todopoderoso, ¿por qué entonces no le diriges una plegaria por nosotros, que estamos amenazados de morir por hambre? Tal vez no volvamos a ver a un ser humano…' A aquellas súplicas yo respondí francamente: 'Poned toda vuestra confianza y volved vuestros corazones al Señor mi Dios, para quien nada es imposible, a fin de que en este día os envíe vuestro alimento en abundancia y también para los siguientes del viaje, hasta que estéis satisfechos puesto que El tiene de sobra en todas partes'. Fue entonces cuando vimos cruzar por el camino una piara de cerdos; mis compañeros los persiguieron y mataron a muchos. Ahí nos quedamos dos noches y, cuando todos estuvieron bien satisfechos y hasta los perros que aún sobrevivían, quedaron hartos, reanudamos la caminata. Después de aquella comilona todos mostraban su agradecimiento a Dios y yo me convertí en un ser muy honorable a sus ojos. Desde aquel día tuvimos alimento en abundancia."
Finalmente llegaron a lugar habitado y así Patricio quedó a salvo a la edad de veintidós o veintitrés años y volvió a su casa. Con el tiempo, durante las vigilias de Patricio en los campos, se reanudaron las visiones y, a menudo, oía "las voces de los que moran mas allá del bosque Foclut, mas allá del mar del oeste y así gritaban todas al mismo tiempo, como si salieran de una sola boca, estas palabras: 'Clamamos a ti, Ho joven lleno de virtudes, para que vengas entre nosotros nuevamente' ". "Eternas gracias deben dársele a Dios, agrega, porque al cabo de algunos años el Señor les concedió aquello por lo que clamaban".
No hay ninguna certeza respecto al orden de los acontecimientos que se produjeron desde entonces.
Los primeros biógrafos del santo dicen que Patricio pasó varios años en Francia antes de realizar su trabajo de evangelización en Irlanda. Existen pruebas firmes de que pasó unos tres años en la isla de Lérins, frente a Canes, y después se radicó en Auxerre durante quince años mas. También hay sólidas evidencias de que tenía buenas relaciones personales con el obispo San Germán de Auxerre. Durante este tiempo le ordenaron sacerdote.
Algunos historiadores sostienen, que en esa época hizo un viaje a Roma y que, el Papa Celestino I fue quien le envió a Irlanda con una misión especial, ya que su primer enviado Paladio nunca logró cumplir porque a los doce meses de haber partido murió en el norte de Britania. Para realizar esa misión encomendada por el Pontífice, San Germán de Auxerre consagró obispo a Patricio.
Puesto que dependemos de datos confusos, legendarios y muchas veces contradictorios, de sus primeros biógrafos, es materialmente imposible obtener detalles del heroico trabajo en las tierras donde había estado cautivo. La tradición afirma que trabajó en el norte, en la región de Slemish, que dicen fue la misma donde Patricio cuidaba el ganado y oraba a Dios cuando era un joven esclavo. Una anécdota que antiguamente la tenían por auténtica en Irlanda relata que cuando el amo se enteró del regreso de Patricio convertido en venerado predicador, se puso tan furioso que prendió fuego a su propia casa, pereciendo en medio de las llamas.
Se afirma que, a su arribo a tierras irlandesas, San Patricio permaneció una temporada en Ulster, donde fundó el monasterio de Saúl y que con la energía que lo caracterizaba se propuso la tarea de conquistar el favor del "Gran Rey" Laoghaire, que vivía con su corte en Tara, de la región de Meath.
Utilizaba un lenguaje sencillo al evangelizar. Por ejemplo, para explicarles acerca de la Santísima Trinidad, les presentaba la hoja del trébol, diciéndoles que así como esas tres hojitas forman una sola verdadera hoja, así las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, forman un solo Dios verdadero. Todos lo escuchaban con gusto, porque el pueblo lo que deseaba era entender.
San Patricio y sus enemigos
Sus acérrimos opositores fueron los druidas, representantes de los dioses paganos. También sufrió mucho a manos de los herejes pelagianos, que para arruinar su obra recurrieron inclusive a la calumnia. Para defenderse, Patricio escribió su Confessio. Por fortuna poseemos una colección bastante nutrida de esos escritos, que nos muestra algo de el mismo, como sentía y actuaba.
Circulaba entre los paganos un extraño vaticinio, una profecía, respecto al santo, que Muirchu, su historiador nos transmite textualmente así: "Cabeza de azuela (referencia a la forma aplanada de la cabeza tonsurada) vendrá con sus seguidores de cabezas chatas, y su casa (casulla o casuela, es decir casa pequeña) tendrá un agujero para que saque su cabeza. Desde su mesa clamará contra la impiedad hacia el oriente de su casa. Y todos sus familiares responderán, Amén, Amén". Los augurios agregaban esto todavía: "Por lo tanto, cuando sucedan todas estas cosas, nuestro reino, que es un reinado de idolatría, se derrumbará".
En la evangelización, San Patricio puso mucha atención en la conversión de los jefes, aunque parece ser que el mismo rey Laoghaire no se convirtió al cristianismo, pero si, varios miembros de su familia. Consiguió el amparo de muchos jefes poderosos, en medio de muchas dificultades y constantes peligros, incluso el riesgo de perder la vida (mas de cinco veces) en su trato con aquellos bárbaros. Pero se notaba que había una intervención milagrosa de Dios que lo libraba de la muerte todas las veces que los enemigos de la religión trataban de matarlo. En un incidente que ocurrió en misión, su cochero Odhran, quizás por algún presentimiento, insistió en reemplazar al santo en el manejo de los caballos que tiraban del coche, por consiguiente fue Odhram quien recibió el golpe mortal de una lanza que estaba destinada a quitarle la vida a San Patricio.
No obstante los contratiempos, el trabajo de la evangelización de Irlanda, siguió firme. En varios sitios de Irlanda, construyó abadías, que después llegaron a ser famosas y alrededor de ellas nacieron las futuras ciudades. En Leitrim, al norte de Tara, derribó al ídolo de Crom Cruach y fue uno de los lugares donde edificó una de las iglesias cristianas. En la región de Connaught, realizó cosas notables. En la población de Tirechan se conservó para la posteridad la historia de la conversión de Ethne y Fedelm, hijas del rey Laoghaire. También existen las narraciones de las heroicas predicaciones de San Patricio en Ulster, en Leinster y en Munster.
Por su santidad, manifiesta en su carácter su lenguaje sencillo al evangelizar y por el don de hacer milagros, San Patricio logró muchas victorias sobre sus oponentes paganos y hechiceros. Ese triunfo le sirvió para que los pobladores de Irlanda se abrieran a la predicación del cristianismo. De hecho hacen referencias en los textos del Senchus Mor (el antiguo código de las leyes irlandesas) a cierto acuerdo concertado en Tara entre los paganos y el santo y su discípulo San Benigno (Benen). Dicen esos libros que "Patricio convocó a los hombres del Erin para que se reunieran todos en un sitio a fin de conferenciar con él. Cuando estuvieron reunidos, se les predicó el Evangelio de Cristo para que todos lo escucharan. Y sucedió que, en cuanto los hombres del Erin escucharon el Evangelio y conocieron como este daba frutos en el gran poder de Patricio demostrado desde su arribo y al ver al rey Laoghaire y a sus druidas asombrados por las grandes maravillas y los milagros que obraba, todos se inclinaron para mostrar su obediencia a la voluntad de Dios y a Patricio".
Hay muchas fantasías sobre las confrontaciones de San Patricio con los magos druidas pero también hay relatos que tienen un trasfondo sin duda histórico. Dicen que un Sábado Santo, cuando nuestro santo encendió el fuego pascual, se lanzaron con toda su furia a apagarlo, pero por más que trataron no lo lograron. Entonces uno de ellos exclamó: "El fuego de la religión que Patricio ha encendido, se extenderá por toda la isla". Y se alejaron. La frase del mago se ha cumplido; la religión católica se extendió de tal manera por toda Irlanda, que hoy sigue siendo un país católico, iluminado por la luz de la religión de Cristo, y que a su vez a dado muchos misioneros a la Iglesia.
El Sínodo
Hay muchas y buenas razones para creer que San Patricio convocó a un sínodo, seguramente en Armagh, no se mencionó el sitio. Muchos de los decretos emitidos en aquella asamblea, han llegado hasta nosotros tal como fueron redactados, aunque no cabe dudas que a varios de ellos se le hicieron añadiduras y enmiendas. En esa época San Patricio era ya un anciano con la salud quebrantada por el desgaste físico de sus austeridades y de sus treinta años de viajes de evangelización. Probablemente el sínodo haya tenido lugar cuando los días del santo ya estaban contados
Vida de Santidad
Solo llegaremos a comprender el hondo sentimiento humano que tenía el santo y el profundo amor a Dios que lo animaba, si estudiamos detenidamente sus escritos contenidos en las "Confesiones", la Lorica y la carta a Coroticus de San Patricio. Conoceremos el secreto de la extraordinaria impresión que causaba a los que lo conocían personalmente. Patricio era un hombre muy sencillo, con un gran espíritu de humildad. Decía que su trabajo misionero era la simple actuación de un mandamiento divino y que su aversión contra los pelagianos se debía al absoluto valor teológico que él atribuía a la gracia. Era profundamente afectuoso, por lo que vemos en sus escritos referirse tantas veces al inmenso dolor que le produjo separarse de su familia de sangre y de su casa, a la que le unía un gran cariño. Era muy sensible, le hacía sufrir mucho que digan que trabajaba en la misión que había emprendido para buscar provecho propio, por eso insistía tanto en el desinterés que lo animaban a seguir trabajando.
De sus Confesiones: "Incontables dones me fueron concedidos con el llanto y con las lágrimas. Contrarié a mis gentes y también, contra mi voluntad, a no pocos de mis mayores; pero como Dios era mi guía, yo no consentí en ceder ante ellos de ninguna manera. No fue por mérito propio, sino porque Dios me había conquistado y reinaba en mí. Fue El quien se resistió a los ruegos de los que me amaban, de suerte que me aparté de ellos para morar entre los paganos de Irlanda, a fin de predicarles el Evangelio y soportar una cantidad grande de insultos por parte de los incrédulos, que me hacían continuos reproches y que aun desataban persecuciones contra mí, en tanto que yo sacrificaba mi libertad en su provecho. Pero si acaso se me considera digno, estoy pronto a dar hasta mi vida en nombre de Dios, sin vacilaciones y con gozo. Es mi vida la que me propongo pasar aquí hasta que se extinga, si el Señor me concede esa gracia".
La santidad da frutos
El buen éxito de la misión de San Patricio se debe ante todo a su fe por la que se disponía a cualquier sacrificio y a la inteligente organización que supo crear en esa isla, carente de ciudades y dividida en muchas tribus o clanes, dirigidos por un jefe independiente cada una. El supo adaptarse a las condiciones sociales del lugar, formando un clero local, consagró obispos y sacerdotes y fundo monasterios y pequeñas comunidades cristianas dentro del mismo clan, sin rechazar usos ni costumbres tradicionales. Tuvo la feliz idea de que el obispo de cada región fuera al mismo tiempo el Abad o superior del monasterio más importante del lugar, así cada obispo era un fervoroso religioso y tenía la ayuda de sus monjes para enseñar la religión al pueblo. Las vocaciones que consiguió para el sacerdocio y la vida religiosa fueron muchísimas.
La obra de evangelización pudo progresar rápidamente gracias también a que San Patricio atrajo muchos discípulos fieles, como Benigno quién estaba destinado a sucederle. Siempre fue muy fiel a la Iglesia y, a pesar de la distancia, el santo se mantenía en contacto con Roma. En el año 444 se fundó la iglesia catedral de Armagh (hoy Armoc), la sede principal de Irlanda, dato que está asentado en los "Anales de Ulster". Es probable que no haya pasado mucho tiempo antes que Armagh se convirtiera en un gran centro de educación y administración.
San Patricio, en el transcurso de 30 años de apostolado, convirtió al cristianismo a "toda Irlanda". El propio santo alude, mas de una vez, a las "multitudes", a los "muchos miles" que bautizó y confirmó. "Ahí", dice San Patricio, "donde jamás se había tenido conocimiento de Dios; allá, en Irlanda, donde se adoraba a los ídolos y se cometían toda suerte de abominaciones, ¿cómo ha sido posible formar un pueblo del Señor, donde las gentes puedan llamarse hijos de Dios? Ahí se ha visto que hijos e hijas de los reyezuelos escoceses, se transformen en monjes y en vírgenes de Cristo". Sin embargo, como es lógico pensar, el paganismo y el vicio no habían desaparecido por completo. En las "Confesiones", que fueron escritas hacia el fin de su vida, dice el santo: "A diario estoy a la espera de una muerte violenta, de ser robado, de que me secuestren para servir como esclavo, o de cualquier otra calamidad semejante". Pero más adelante agrega: "Me he puesto en manos del Dios de misericordia, del Todopoderoso Señor que gobierna toda cosa y, como dijo el profeta: 'Deja tus cuidados con el Señor y El proveerá la manera de aliviarlos". En esta confianza estaba, sin duda su incansable valor y la firme decisión de San Patricio a lo largo de su heroica carrera. Su fortaleza de no permitir a los enemigos del catolicismo que propagaran por allí sus herejías, fue una de las razones para que Irlanda se haya conservado tan católica.
La obra del incansable misionero dio muchos frutos con el tiempo: Lo vemos en el maravilloso florecimiento de santos irlandeses. Logró reformar las leyes civiles de Irlanda, consiguió que la legislación fuera hecha de acuerdo con los principios católicos, lo cual ha contribuido a que esa nación se haya conservado firme en la fe por mas de 15 siglos, a pesar de todas las persecuciones.
Según un cronista de Britania, Nennius, San Patricio subió a una montaña a rezar y hacer ayuno y "desde aquella colina, Patricio bendijo al pueblo de Irlanda y, el objeto que perseguía al subir a la cima, era el de orar por todos y el de ver el fruto de sus trabajos…Después, en edad bien avanzada, fue a recoger su recompensa y a gozar de ella eternamente. Amén". Patricio murió y fue sepultado en el año 461, en Saúl, región de Stragford Lough, donde había edificado su primera iglesia.

Fuente: http://www.corazones.org/

miércoles, 11 de marzo de 2009

La Inmaculada Concepción de María


María siendo descendiente de Adán, por ser la Madre de Dios no será tocada por el pecado.
a) Fundamentación Bíblica.- No hay en la Sagrada Escritura algún texto explícito sobre este misterio, pero sí algunas indicaciones que tomadas por la tradición cristiana ofrecen algún fundamento para la definición del dogma.
1) Antiguo Testamento.-
Aquí aparece la figura de María medio misteriosa, preparando la venida del Salvador:
a.- Hará que haya enemistad entre ti y la mujer... (Gn. 3,15)
b.- La Palabra "enemistad" entre el diablo y la mujer afirma que la mujer, María, no poseerá el pecado y, por tanto se le excluye, libre de cualquier unión original con el mal.
c.- La única mujer capaz de pisarle la cabeza al mal, capaz de destruirlo es María, por medio de su descendencia: CRISTO, ya que ella es libre de pecado.
d.- Se puede aplicar al privilegio de la Inmaculada Concepción, los textos del Cantar de los Cantares (Can. 2, 2,4,7).
Estos textos nos muestran que en el mismo momento del pecado, Dios tiene en mente a la Virgen María dentro del Plan de Salvación.
a.2) Nuevo Testamento.-
María desde el primer instante de su existencia posee la gracia en plenitud; razón por la cual el ángel al visitarla la llama "Llena de Gracia".
"Y entrando donde Ella..." (Lc. 1, 28).
María es la única creatura descendiente de Adán que es Llena de Gracia, desde el primer instante que fue concebida; privilegio que le fue concedido por ser la futura Madre de Dios.
El título que el Angel le da a María "Llena de Gracia", muestra que María no había sido tocada por el pecado.
Isabel iluminada por el Espíritu Santo reconoce en María a la mujer singular que no lleva el pecado, que es Llena de Gracia. (Lc. 1, 42).
María con humildad reconoce la maravilla obrada por Dios en una criatura (Lc. 1, 49).
Conclusión.- El texto de Génesis habla de una mujer, María. Que lleva una enemistad eterna con el mal, por lo cual el ángel la llama "Llena de Gracia". Privilegio que Dios concede únicamente a esta creatura por su futura maternidad.
b) Fundamentación Teológica.- ¿Qué nos dicen los Padres de la Iglesia acerca del privilegio de la "Inmaculada Concepción"?.
San Justino.- Hace un paralelo entre Eva y María:
EVA
MARÍA
"Eva siendo virgen concibe la palabra del demonio y da a luz a la desobediencia.
¨María concibe la fe y la alegría en el mensaje del ángel y de Cristo al mundo¨
¨Eva por esto esclava, portadora del pecado¨.
¨María es libre de pecado y portadora de la gracia¨

San Ireneo.- "Principio de Recirculación"
"Eva desobedece a Dios por su incredulidad, lo que es superado por la grandeza de la fe de María".
Por la desobediencia de Eva entra el pecado en el mundo, por la fe y posesión de la Gracia (carencia, de pecado en María) el mundo es liberado del pecado.

San Agustín.- "El honor de Cristo no permite ni promover siquiera la cuestión de pecado respecto a la Santísima Virgen".

Santo Tomás.- "A los que Dios elige para una misión determinada los prepara... la Virgen María fue elegida por Dios para ser la Madre del Hijo de Dios, y no puede dudarse que la hizo perfecta para semejante misión".
"La hizo perfecta" la hizo Inmaculada desde su concepción, la hizo sin pecado, llena de Gracia".
c) Declaración del Privilegio como Dogma.- A lo largo de la historia, la Iglesia defendió este privilegio, lo aceptó como verdadero, y fue declarado como dogma, como verdad revelada por Dios, el 8 de Diciembre de 1,854 por el Sumo Pontífice Pío X en la Basílica de San Pedro.
"Nos declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que afirma que la beatísima Virgen María en el primer instante de su concepción, fue preservada por singular privilegio de Dios y en virtud de los de Jesucristo de toda mancha de pecado original. Es doctrina revelada por Dios y por tanto han de creerla firme y constantemente todos los fieles.
De esta definición podemos afirmar:
- De la descendencia de Adán sólo María fue preservada del pecado por singular privilegio.
- María necesitaba redención, no liberativa, sino redención preservativa, redimida por los méritos de su Hijo, antes que el pecado habitara en Ella.
- No tuvo relación ni en un primer momento por lo que es Llena de Gracia.